A medida que los cierres van remitiendo, está claro que los empleados no se apresuran a volver a sus oficinas. Los empresarios hacen lo que pueden para mantener el distanciamiento social, minimizar los puntos de contacto e intensificar las rutinas visibles de limpieza y desinfección. Las cafeterías de empresa están cerradas, las cafeteras desenchufadas y los escritorios separados por plástico. Los ascensores pueden llevar a una sola persona a la vez, y los pasillos y escaleras pueden ser unidireccionales. Las preciadas ventajas, como los grifos de cerveza, los bares de vinos, los aperitivos compartidos y los lujosos gimnasios corporativos, son víctimas del coronavirus. En la era del COVID-19 se han reexaminado todos los aspectos de la vida en la oficina. Las empresas llevan décadas hacinando a más gente en espacios más reducidos con escritorios abiertos para fomentar la colaboración y el trabajo en equipo. Ahora estos diseños son un gran problema. Modificar las oficinas para permitir que al menos algunos empleados vuelvan puede ser incluso más difícil que enviar a todos a casa. Los empresarios deben atenerse a un mosaico de directrices locales sobre tapados faciales, servicios permitidos y demás. Y al no existir una única norma de seguridad o directrices sobre cómo tratar los casos confirmados de COVID-19, las empresas se las arreglan sobre la marcha. Algunos empleadores entregan mascarillas y desinfectante de manos a los empleados que regresan, otros recurren a la tecnología para medir la proximidad de los trabajadores y hacer un seguimiento de su salud. Incluso con todos estos esfuerzos, los empleados siguen preocupados. ¿Serán capaces de evitar a las personas que se niegan a seguir los mandatos estatales o locales de llevar mascarillas? ¿Será seguro utilizar espacios comunes esenciales como los aseos? Y luego está la cuestión de cómo llegar al trabajo. Los sistemas de transporte público que atienden a los trabajadores en ciudades densamente pobladas como Nueva York y Chicago son una preocupación importante, y algunas empresas están considerando alternativas, como servicios privados de autobús para trasladar a los empleados. Las empresas de estos lugares pueden permanecer cerradas más tiempo que las que son accesibles en coche para evitar hacer pasar a los trabajadores por un desplazamiento público. La pandemia COVID-19 trastocó -y reinventó- «lo de siempre». Los espacios de trabajo deben ser seguros, limpios y estar garantizados. Algunos métodos de detección pueden plantear problemas de privacidad y de legislación laboral, y es posible que veamos más orientaciones normativas. A largo plazo, la pandemia podría alterar fundamentalmente el funcionamiento de las empresas. Muchas organizaciones aprendieron que pueden trabajar virtualmente mejor de lo que pensaban. Pudieron actuar con rapidez y decisión durante una crisis, incluso estando fuera de la oficina. Con gigantes tecnológicos como Twitter y Facebook adoptando la tendencia, las probabilidades de que el trabajo a distancia se convierta en una opción permanente para muchos son altas.